20190906

David en el Centro de las Artes de San Agustín

29 de diciembre, 2018 (su último cumpleaños).
Este texto habla de las últimas veces [y la incapacidad para comprenderlo en su momento].
Estos pasados meses he meditado mucho acerca de lo efímero y la eternidad. Con esos dos temas rondándome constantemente tropecé con que la eternidad es una acumulación de instantes efímeros, y lo efímero como la mínima parte necesaria para lo eterno.
La imagen es de nuestro último viaje familiar [aunque en ese momento no lo sabíamos], fuimos a Oaxaca y fue el primer viaje en el que gestione la mayor parte del itinerario, ese día “el plan” era ir a Monte Albán, pero como gran parte de mi toma de decisiones es un constante improvisar y siendo casi medio día… terminamos visitando San Agustín Etla, por su cercanía ya que estaba a 10 min de casa.
En la galería principal del CaSA visitamos una exposición de los 30 años del IAGO, curioso que fuera un homenaje a la trayectoria (tal vez un presagio); al salir de la exposición justo iba entrando Alejandro Iñárritu, mucha gente entro con él y quedo vacío el espacio aproveche para capturar esta imagen, unos instantes después sería la última vez que vería a Francisco Toledo [aunque en ese momento tampoco lo sabía], continuamos el recorrido y en la parte superior estaba una pieza de William Kentridge. 
Anduvimos por todo el lugar capturando muchas fotografías y después tomaríamos la carretera y visitaríamos otros lugares que justo ahorita me pregunto si algún día los volveré a visitar (al menos tengo el recuerdo, y fotografías, siempre fotografías).
La primeva vez que visite San Agustín Etla, fue por celebrar el día de los muertos ya que en un panfleto turístico sugerían ir a “la muerteada” (obviamente sobrepaso todas mis expectativas), luego conocería el CaSA y al tomar un curso de fotografía no quedo duda: tenía que vivir ahí. Estoy muy agradecido por toda la gente hermosa que conocí ahí, la comunidad que se genera va más allá de todo lo imaginado, también aprecio todo el conocimiento y experiencia que adquirí en ese lugar, sin duda ha sido de los lugares donde más feliz he sido, y si todo eso no fue suficiente basta con contemplar el valle desde sus balcones hasta que sea imposible contener los suspiros.
Dicen que uno siempre regresa a los lugares donde amo la vida, y como justo este texto habla de la eternidad, me encuentro regresando constantemente a mis recuerdos y por esos pequeños momentos efímeros cargo mi cámara conmigo a donde sea que voy, pienso que hacer cualquier ejercicio fotográfico es un puente entre el presente y lo ya ha sucedido, por lo tanto, editar una imagen es estar planeando a futuro algo que ya paso, es buscar un estilo mientras se la da otro sentido distinto al ya vivido (aunque a veces son muy similares). 
Por ejemplo, mirar los ojos de mi padre en esta imagen (que edite por horas) me hace sentir que la vida es bonita y que soy muy afortunado. Me dan ganas de tomar la carretera y conocer lugares nuevos, ponerme el sombrero de viajero y mirar el horizonte con el espíritu aventurero y claro probar deliciosos platillos (como lo hubiera hecho mi padre).


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