Le pido prestada su tortura a la soledad…
sobre todo por las noches,
cuando esta junto a mí…
Acaricio su entrepierna con nostalgia:
deseo morir ahogado en esa humedad;
luego... entiérrame –sin llanto- en tu carne oculta.
Renaceré y me apropiare de tu ausencia:
habitaras mis labios con tu viscosidad;
fluirán tus pasos como -el néctar- de traición.
¡No es tu culpa, lo sé!
Por eso pido al silencio su locura,
le robo al tiempo su paciencia,
no le regreso a la soledad su tortura.
Para que pueda seguir amándote,
y que siga bebiendo de tu néctar,
hasta que no pueda saciarme más.
¡Tampoco es mi culpa, lo sé!
Lo digo ahora que no tarda en amanecer:
ni un grito puede llenar este lugar;
así es corazón como –revienta- la noche…
Sin ti…
y sin tus pretextos.
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